Monday, June 2, 2014

El ‘alma milagrosa’ atrae a buenos y a malos a su tumba en San Gerónimo

El cuerpo de la almita desconocida descansa en un altar que siempre tiene flores frescas y velas encendidas, y, a diferencia de otros sepulcros del modesto cementerio de San Gerónimo de Yacuiba, aquí existe un techo que cobija hasta altas horas de la noche a hombres y a mujeres pedigüeños en jornadas como esta, cuando cae una llovizna helada, porque este es un lugar que tiene energía eléctrica y se puede estar hasta que el penitente desahogue sus peores tormentos.
En esta historia existe un capítulo triste que algunos consideran de terror. En agosto de 2002, en los barbechos cercanos a la terminal de buses fue encontrada la mitad de un cuerpo femenino. “Era de la cintura para abajo”, recuerda el panteonero Juan Casassola Rodríguez, el hombre más conocido de este cementerio porque fue él quien se encargó de cavar el hoyo en el que ahora está enterrada una mujer que, por las características de su cuerpo, no pasaba de los 12 años de edad.
“La Alcaldía preparó el cajón, yo me encargué de la sepultura”, recuerda, sentado en uno de los dos bancos de madera y acero que descansan al frente de la tumba.
El entierro del medio cuerpo no se realizó bajo los efectos de la soledad, como suele ocurrir con algunos indigentes que mueren de hipotermia en las madrugadas de frío y que son llevados a fosas comunes.

El de ella fue un asunto oficial, con vecinos que llegaron de varios barrios y con padres de familia que traían zapatitos para verificar si la hija desaparecida podría ser la niña de medio cuerpo que estaba tendida en un cajón, a punto de ser metida en su última morada.
Cuatro días después del entierro, cuando la gente retornó a sus casas y ese extraño hallazgo ya estaba a punto de olvidarse, estalló la noticia de que la otra mitad del cuerpo había aparecido muy cerca de los barbechos de la terminal.
Ahí don Juan lanzó una teoría: “Fue cortada con sierra mecánica”, recuerda que dijo, basándose en los detalles de una operación casi quirúrgica que había separado el cuerpo delgado en dos partes.
Aunque no podía creerlo, don Juan dice que no existía olor a osamenta cuando lo vio en la morgue de la ciudad y luego retornó a San Gerónimo, tomó la pala y `descavó´ el nicho, abrió el ataúd, hizo una cara como la que hace un hombre que se enfrenta a los malos olores y unió las partes con la delicadeza de un padre, se hizo la señal de la cruz y él, como la multitud que lo acompañaba, lloró ante el escenario triste.
“Era un organismo unido en sus dos partes, pero aún incompleto, porque no estaba su pancita ni sus tripitas, toda la parte blanda había desaparecido”.
Don Juan habla despacio, como contando un secreto. Tiene 67 años de edad, pero en su carné figura que nació hace 49 años. Él no entiende muy bien por qué ocurrió eso, pero quiere aclarar que nunca hizo fraude con su edad y que, cuando fue a pedir explicaciones, le dijeron que era un problema del sistema. Por culpa del sistema don Juan aún no puede cobrar su renta dignidad y vive del sueldo de panteonero desde el 2000 y de las ovejas que cría en una casa que tiene a un pasito del mercado Campesino.
Ahí viven su esposa y sus cuatro hijos, la familia que pocas noche lo ve llegar a casa porque él se queda a cuidar el cementerio, viendo los “desperfectos que puede haber en la vida”, porque la experiencia le ha demostrado que así como hay gente normal, hay gente que no lo es.
Han pasado los años y don Juan no olvida el color de piel ni la carita de la difunta. Los ojos estaban descompuestos, era de piel blanca, cabellos lacios y negros”, recuerda.
De entre tanta gente no puede olvidar a una mujer que insistía en que la niña era su hija y que se esmeró porque se le realice una cristiana sepultura.
Pero semanas después, esa misma señora retornó con una sonrisa enorme diciendo que había estado equivocada, que su hija, como si se tratara de un milagro, apareció en la ciudad de Santa Cruz.

Y la gente que participó del entierro, que ayudó a bajar el cajón hasta el fondo del hoyo, también retornó después con flores y velas, con oraciones y con pedidos de ayuda.
Con ello llegaron los testimonios de milagros y un puñado de gente levantó un techo con tres calaminas y madera, construyendo así una especie de choza que con el paso de los años fue demolida para edificar algo más sólido, un pequeño templo con pared al fondo y asientos adelante, con candelabros y macetas artificiales.
En una de esas bancas está una mujer y un hombre que fuman, que beben alcohol, que coquean. “Hay que rezarle con mucha fe, acercarse hasta el sepulcro, tocar la cruz de madera, ponerse en silencio y meditar”, dice la mujer, morena y joven, que asegura haberle pedido favores a la almita desconocida: que la mantenga sanita, que le cure a su hijo que una vez estuvo en cama, que le ayude a conseguir trabajo a un pariente cercano.
En la sección de las velas encendidas hay una mujer vestida de blanco. También ha llegado para agradecer y para pedir. Pide nuevos favores y agradece otros que necesita que se le cumplan.

Al lado de las velas también hay cigarrillos echados uno al lado del otro, a medio arder, como si alguien los hubiera colocado con delicadeza y luego encendido para que los consuma el viento. “Son un presente, una demostración de cariño que la gente le deja”, explica un hombre, que ha llegado con un dolor en el alma que espera alivianar en este escenario de lamentos del cementerio San Gerónimo.
Agradecidas por haber sido escuchadas en sus súplicas, varias personas están ahora aquí, rezando y ofrendando su tiempo en esta tarde lluviosa.
Pero los agradecimientos se quedan incluso cuando la gente se va. En la pared hay decenas, o acaso cientos, de placas de metal en las que están inscritas frases de gratitud. Los que firman son hombres y mujeres que han llegado de varios rincones del país y de afuera de las fronteras: de Chile, de Paraguay, de Brasil, de Perú...
Entre los mensajes se puede leer: “Almita milagrosa desconocida, gracias por lo que me has concedido”; “Alienta nuestra fe, ilumina nuestras vidas y con el testimonio de buenas obras haz triunfar el reino de Dios”; “Gracias por los favores recibidos en los momentos más difíciles que pasamos”; “Acudí a ti en los momentos más difíciles, tú me recibiste y me ayudaste de todo corazón”; “Muchas gracias por guiarme en los primeros pasos”;“Gentileza agradecida por nuestros ruegos recibidos y por recibir”; “Gracias por el milagro concedido”; “Te agradezco por todo, los favores que me diste y por los que te pediré”. El mensaje de las plaquetas repite el tenor, que siempre es de agradecimiento y de pedidos futuros.

Los pedidos oscuros
La gente cuenta en Yacuiba que hasta los pies de la almita desconocida también llegan pedidos de personas que se dedican al contrabando de mercadería y al tráfico de cocaína y de otras sustancias controladas que puede traficarse en la zona fronteriza entre Bolivia y Argentina.
Ocultando su identidad por un temor natural al tratarse de actividades ilícitas, un historiador cuenta que las llamadas mulas del narcotráficos, las que trafican con cápsulas de cocaína en sus estómagos, suelen ir de vez en cuando hasta el cementerio San Gerónimo a pedir que por favor la Policía no los detecte en sus tareas ilícitas.
Las hipótesis que manejan otras personas también dan cuenta de que el cuerpo de la ahora llamada almita desconocida era el de una adolescente que había sido reclutada para que transporte droga en su vientre, y que en el afán de que expulse la mercancía fue asesinada sin contemplaciones. He ahí que se explicaría el porqué encontraron el cuerpo sin sus vísceras.
Un tema delicado que es negado por don Juan. “Yo no puedo estar de acuerdo con lo que dice la gente. Yo, que estoy mirando casi todo, nunca he visto esas denuncias. Las plaquetas que están en la pared son una muestra de agradecimiento”, enfatiza este hombre, que lo que sí se atreve a afirmar es que hay apariciones que le han causado terror durante alguna noche sin luna.

Una vez vio a una mujer de negro que flotaba en el aire, porque sus pies no topaban el suelo. Cuenta que ella estaba entre los nichos y que lo llamaba con la mano. Don Juan olió el peligro y se alejó, y una vez le dio la espalda no volvió a mirarla y se metió en una habitación del cementerio que para él es su refugio.
No existe un libro donde se registren los hombres y mujeres que llegan en busca de milagros. Si uno pregunta a algún vecino que vive en las casas que están al frente del San Gerónimo dónde queda la tumba de la ‘almita desconocida’, la respuesta que recibe es que está allá, que siga recto y que se dará cuenta por la abundancia de flores y las velas, que en ese nicho siempre están encendidas

PROTAGONISTA

Miriam Claros
Comerciante de ropa
vive en san josé de pocitos
Visitantes de todas partes
Yo vengo a menudo hasta la tumba de la ‘almita desconocida’ a agradecer por los favores que me hace. Los lunes, que es el día de visita a los difuntos, tengo entendido que llegan por lo menos 300 personas y el resto de días aproximadamente 50. Las visitas son constantes. Uno conoce aquí a gente de todas partes.

Carlos Ticona
Transportista
radica en santa cruz
siempre agradecido
Yo he recibido importantes favores cuando más los necesitaba. Hace mucho tiempo he llegado con fe hasta este lugar y después comprobé que los milagros existen. Por eso vengo cada vez que puedo, porque yo vivo en Santa Cruz y aquí tengo familiares. Traigo rosas y prendo velas. Es una forma de retribuir por las bendiciones que recibo.

Alejandra. P.
ama de casa
vive en yacuiba
Cosas claras y oscuras
Yo lo que sé es por cosas que me han comentado. He escuchado decir que es muy milagrosa con quienes llegan a su tumba con fe. Pero también me han dicho que hay gente que se dedica al narco y que va a pedir favores para no tener problemas en sus negocios. Yo no sé qué creer. Aquí se dice de todo y lo mejor es escuchar de palco.

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