Friday, October 10, 2014

Las aguas milagrosas del legendario Lazareto



Un cementerio adornado con flores artificiales es la entrada a las ruinas de lo que una vez fue el Sanatorio de Lazareto. Las tumbas, algunas modernas, otras con piedras pertenecieron al antiguo hospital y funcionan para rendir homenaje a los muertos de la comunidad.

Lazareto se encuentra pasando las comunidades de Guerrahuayco y Turumayo, aproximadamente a siete kilómetros de la ciudad de Tarija.
Según el Centro Eclesial de Documentación, en 1853 el sacerdote Leonardo Delfante, construyó con los comunarios el hospital para leprosos y la capilla que ahora está en ruinas.
De acuerdo al secretario general de Lazareto Jorge Flores, cuando el hospital estaba activo, desde el cerro perteneciente a la actual Reserva de Sama, bajaban aguas cristalinas y frescas.
Se dice que los enfermos con lepra eran curados al bañarse con las aguas que caen de las altas montañas. A medida que lo hacían el ardor y dolor comenzaban a reducir.
En la actualidad, según Flores, muchos creyentes se dirigen hasta Lazareto para beber y tocar las vertientes. Evidentemente las aguas que aún fluyen de los cerros son claras, frescas y potables, y están acompañadas por una exuberante vegetación.

La trágica historia
Hace 40 años existía en Tarija, a 12 kilómetros al sur, el sanatorio de Lazareto, donde según cuenta la historia, existían 26 leprosos aislados.
De acuerdo al médico leprólogo, Abundio Baptista Mora, actualmente de dicho sanatorio quedan paredes derruidas; las más conservadas alcanzan los dos metros de altura.
El escritor tarijeño, René Aguilera Fierro, cuenta sobre la desaparición del leprosario y relata que un médico francés que llegó a Tarija percibió la desesperación de los pobladores ante los leprosos.
Basado en esto, el médico dijo al alcalde y director del hospital que él podía curar la lepra con gasolina, querosén y aceite. Inmediatamente las autoridades le proporcionaron lo solicitado. Al día siguiente se conoció que se quemó el leprosario.
El médico francés lo había incendiado y se aseguró de que nadie salga vivo del sanatorio; “de esta manera cumplió su promesa y solucionó el problema. En ese entonces nadie se preocupó de este crimen”, concluye Fierro.

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