Wednesday, November 4, 2015

El mast´aku para las almas nuevas


Herencia cultural. En la cosmovisión andina los vivos comparten con sus seres queridos más allá de la muerte y la elaboración de masas para el mast’aku es la forma de hacer sentir al “alma” que aún se la recuerda con amor.

Son las 11 de la mañana y la familia Moya Soto -que vive en la localidad de Tiataco en el Valle Alto cochabambino- está contra reloj para terminar de armar el mast’aku de Flora Soto, quien fuera madre y abuela en este hogar. Ella falleció el 22 de enero de este año; en los hechos es una “mosoy aya”, cuya traducción al castellano sería “alma nueva”.

Emocionalmente, este primero de noviembre es una fecha particular para la familia y los allegados, ya que en la cosmovisión andina se afirma que tendrán la primera visita del alma de la mamá Flora a su casa y, por lo tanto, hay que esmerarse en su presentación.

Hoy el movimiento en la cocina será acelerado, cinco mujeres de la familia no tendrán descanso, ya que tienen que cocinar los platos que le gustaban más a la difunta.

La experiencia que vivirá la familia Moya será similar a la que experimentó la familia Flores Peredo el año pasado, en la localidad de Capinota, cuando recibieron la llegada de su Mosoj Aya.

En esa ocasión, la temperatura del ambiente de la cocina era elevada por el vapor de las ollas y el calor del horno, que permaneció encendido varias horas para cocer una variedad de carnes (pato, pollo, cerdo y cordero tierno); las sartenes rechinaron de tanto uso; es que, mientras en una se freían las papas ralladas para la sopa de maní, en otra se asaba las carnes para colocarlas sobre el fideos uchu.

A pocos minutos para el mediodía todo estaba listo y por fin, se colocó el último plato a la mesa. Solo quedaba esperar la llegada del alma.

Un golpe de brisa fresca anunció su arribo, -muchos son los simbolismos que se maneja en la cultura popular para señalar el arribo de un ánima-; pero, en este caso, el viento trajo al alma de Óscar Flores.

De acuerdo a Nelson Tapia, miembro de Agruco (Agroecología Universidad Cochabamba), la participación de la comunidad y de los familiares en la preparación del “Mosoj Aya¨" es vital en esta celebración.

“Es una cita sin invitación. La personas

que en vida compartieron alegrías y penas con el difunto, o crearon nexos de “compadrerío” son los llamados a presentarse y honrar con las tradiciones de la comunidad”, señala Tapia.

COMUNIDAD DE AMOR

Marcial Moya Soto, hijo de la señora Flora, afirma que el primer año de preparación del mast’aku no es una tarea sencilla ni barata; por suerte para ellos, unos meses antes a la festividad de “Todos Santos” los ahijados y otros familiares de la difunta comenzaron a visitarlos para ofrecer su ayuda y colaboración. Lo que comúnmente se entiende como “Ayni” o trabajo comunitario.

“El primer año se elabora más de cuatro cántaros de chicha y se produce los urpus con dos quintales de harina, sin dejar de tomar en cuenta la compra de otros productos para la mesa”, explica Marcial Moya.

Este año la familia Moya Soto gastará unos tres a cuatro mil bolivianos, de los cuales una parte proviene del “Ayni”, ya que los visitantes llegaron con una donación para la familia, por lo general masitas o algún ingrediente para la elaboración de las mismas.

En algunos casos, también trajeron ingredientes para la preparación de la comida de este día, que formarán parte de la mesa para recibir a la señora Flora.

De acuerdo a Moya, los hombres fueron los encargados de elaborar el elixir del valle, la chicha, tarea que se inició con casi una semana de anticipación. Ahora, la bebida está en su punto para su consumo.

“No se produce mucha chicha, porque ahora la gente prefiere tomar cerveza u otra bebida” asegura Moya, por lo tanto, la elaboración se convierte más en un acto de respeto para los antepasados o un ritual de hermandad.

El profesor y promotor de jornadas socioculturales en Cochabamba, Wilfredo Camacho, explicó que en Todos Santos se reafirman los lazos familiares, vecinales, comunitarios y hasta políticos. “Hay valores que están a flor de piel durante esta festividad, como el “ayni” donde la ayuda mutua nace entre ellos”, A ello se suma que no se trata de “una festividad cualquiera”, sino de una celebración que “reafirma la identidad social y política de todo un pueblo”.

HORNEANDO RECUERDOS

Las mujeres de la familia de Flora Flores, fueron las encargadas de producir y hornear los urpus, las masitas y t’anta wawas. Durante tres días de esta semana trabajaron intensamente para tener todo listo esta jornada y poder entregarlas a los visitantes.

María Elena Novillo, historiadora, afirma que antiguamente el pueblo estaba comprometido a apoyar con la tarea, por ejemplo algunos donaban una parte de su cosecha de trigo para que las familias se encarguen de hacer moler el grano en los molinos y con esa harina se elaboren las masas.

Otra tarea que se realizaba y que se fue perdiendo con la industrialización es la recolección de grasa de cerdo de las chicharronerías para usarlo como manteca.

En la actualidad, los ingredientes se han modificado, pero la esencia del ritual en la preparación de los componentes de un mast´aku no ha cambiado. Por lo general, es el familiar con mayor edad el que comanda a la nueva generación; es así como se va pasando la receta de generación en generación.

Los roles de cada persona se encuentran definidos. Por ejemplo, en la preparación de los urpus, los hombres son los encargados de amasar la harina, los niños y las mujeres de dar forma a las masas, los varones más experimentados se encargan de atizar el horno y de la cocción.

Durante la preparación y el horneado de las masitas, los familiares comienzan a recordar a la difunta, de sus historias, anécdotas, enseñanzas.

“El cuerpo mayor, que representa a la difunta, debe ser elaborado de acuerdo a las características físicas que tenía. Esta masa es la que se llena de decoraciones y cuidados”, asegura Melvi Mojica, promotora sociocultural.

Mientras dure el horneado existe una rotación en el grupo de ayuda, mientras unas personas llegan otras se van, solo la familia del difunto no se mueve.

Así pasaban las horas y poco a poco los gangochos (bolsas de plástico o tocuyo) y los cajones se van llenando de masas.

La noche del 31 de octubre, nuevamente se dan cita los familiares y amigos, esta vez para encargarse de armar la mesa, dejando espacios para poder acomodar los platillos de comida que se cocinarán el primero en la mañana, tampoco se colocan las bebidas, que son los últimos detalles.

COMUNIDAD DE AMOR

Melvi Mojica afirma que el “Ayni” es una manera de integrarse los vivos con los muertos y viceversa; “es que de acuerdo a la cosmovisión andina todos somos parte una misma comunidad”.

Este trabajo en comunidad traspasa las fronteras nacionales e internacionales, puesto que en algunos casos regresan a sus comunidades de Europa o Norteamérica.

En algunos casos, si el difunto hubiera vivido en el extranjero, los familiares o amigos de ese lugar tratarán de mandar alguna comida que al difunto le gustaba en vida.

“Tanto los vivos como los muertos, desde sus espacios se cuidan los unos a los otros”, afirma Nelson Tapia, quien además asegura que este enfoque de reciprocidad no es simplemente el intercambio de elementos materiales, sino es el aporte al nuevo conocimiento universal, que se va pasando oralmente de generación en generación.


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