La noche de San Juan, en la actualidad, es una fiesta religioso católica que se impuso a las celebraciones célticas paganas de Europa, por la entrada del verano, y tiene conexión directa con las viejas celebraciones de la llegada del solsticio de invierno. Estas se encuentran vinculadas a los ciclos de la naturaleza en el hemisferio y, particularmente, en esta zona de América.
Cuando Europa fue evangelizada por la religión católica, esta conmemoración fue trasladada al 24 de junio, seis meses antes del nacimiento de Jesús, y hasta la fecha mantiene elementos comunes como el encendido de fogatas que sirven para “dar más fuerza al sol”.
En este instante el astro rey, en su movimiento aparente, llega a uno de los puntos de la eclíptica más alejados del ecuador y en el que se da la máxima diferencia de duración entre el día y la noche, es decir que el Sol está más alejado de la Tierra y, por lo tanto, el frío se hace más intenso. Según las añejas tradiciones, con el encendido de hogueras calentamos el ambiente e impulsamos al Sol para su pronto retorno.
En los Andes, el “Inti Raymi” o la “Fiesta del Sol” también se celebraba la noche del 23 y 24 de junio. Con la llegada de los españoles, la costumbre se mantuvo pero en honor al santo católico San Juan.
En Bolivia, como en muchas otras partes de mundo, se espera la noche de San Juan para quemar cosas viejas y dar paso al traslado de las nuevas, pese a las exhortaciones medioambientalistas a desterrar esas prácticas. Además, se arroja a la fogata objetos que representan un mal recuerdo, y de esa manera se exorcizan los malos sucesos de los 12 meses anteriores.
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