En la festividad se tenía la costumbre de intercambiar illas (piedrecillas) consagradas por el sol, que representaban la fertilidad y reproducción. Junto a ese intercambio rendían culto al Iqiqo, el dios de la fertilidad de los habitantes del valle.
Lo representaban con una estatuilla forjada en oro, plata, estaño, labrada simplemente en piedra o modelada en barro, a la que le ofrecían frutos de sus cosechas. Los iqiqos más pequeños eran ensartados en collares, que lucían en los cuellos o en las cabelleras las mujeres jóvenes, con la creencia de que servirían de amuletos contra las desdichas.
Toda ese ceremonia tenía un espacio: Churubamba, hoy conocida como la plaza Alonso de Mendoza.
Cuando los españoles llegaron a Chuquiago y fundaron en ella la ciudad de Nuestra Señora de La Paz (1548), observaron la festividad en la que los habitantes utilizaban piedrecillas como monedas para adquirir idolillos y otros objetos en miniatura. Convencidos de la importancia que tenía, decidieron trasladar la Ch’halasita al 20 de octubre, para conmemorar la fecha de fundación de la nueva urbe.
La decisión provocó el desagrado en el clero, que consideraba que la celebración daba lugar a costumbres licenciosas, por los que los obispos decidieron prohibirla. Pero se dio el cerco indígena de 1781, y fue Sebastián de Segurola, el gobernador intendente de La Paz, quien había salvado a la ciudad del acoso indígena, el que decidió restablecer la fiesta. Sin embargo, ésta cambió de nombre, se denominó Alasita y fue trasladada al 24 de enero, en honor de la Virgen de Nuestra Señora de La Paz.
El culto al Iqiqo se mantuvo, pero la estatuilla pasó a denominarse Ekeko y de ser labrada en piedra u otro material pasó a ser elaborada en yeso. Las piedrecillas para el intercambio fueron sustituida por botones amarillos resplandecientes, llamados tapa balazo. Con los años esos botones fueron cambiados por la moneda corriente.
Una feria por la ciudad
La fiesta de la Ch’halasita tenía tanta fuerza que los primeros años de su implementación en la ciudad de La Paz se desarrolló en el atrio del templo de San Francisco, el más importantes de la urbe hasta entonces. Pero no sólo los indígenas llegaban a la celebración, sino gran parte de la población que entonces habitaba Nuestra Señora de La Paz.
Después de realizarse en el atrio de San Francisco, las autoridades decidieron llevar la festividad a otro escenario: la plaza Murillo, el centro de la ciudad, donde cada 24 de enero miles de paceños se congregaban para comprar los objetos de su deseo en miniaturas, esperando que éstos se conviertan en realidad.
Después de la plaza de armas de La Paz, la Alasita fue llevada a la Alameda (hoy conocida como el paseo de El Prado), donde, al borde de la rúa por donde transitaban las carretas, los artesanos instalaban sus puestos de venta ofreciendo las miniaturas a los paceños creyentes del Ekeko.
Pero la feria de la miniatura no se detuvo ahí. Luego pasó a instalarse en la plaza de San Pedro y años después a la avenida Montes, donde se encontraban las oficinas de la Aduana. Desde ahí fue llevada a la avenida Tejada Sorzano y luego a la Camacho, una de las troncales más importantes de La Paz. Finalmente, la exposición fue instalada en el Parque Urbano Central, donde aún se realiza cada 24 de enero, desde las 12:00, cuando la gente llega cargada de objetos en miniatura y de fe.
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