Después de 10 generaciones seguidas, Teresa Peredo de Castillo continua con el legado de su familia: la elaboración de los famosos y tradicionales confites blancos, rosa y con cobertura de chocolate que al interior tienen siete frutos diferentes para que sus clientes no se queden con las ganas probar alguno.
En el sótano ubicado en el pasaje Atacama en el lado este del templo de San Ildefonso en Quillacollo, el trabajo de la elaboración de este dulce se inicia desde temprano, cuando doña Teresa enciende la olla —de más de 10 litros de capacidad— ,donde pone agua y azúcar. Este último ingrediente, con generosidad.
Después de media hora, el preparado esencial para dar al confite su sabor dulzón está listo con la mezcla compacta de ambos materiales que se combinan logrando una solución sobresaturada (espesa), que será esparcida en las sartenes que, de manera simultánea, están calentando.
Las sartenes están sujetas por sogas, unos centímetros encima del fuego lento de dos hornillas fabricadas especialmente para la preparación de los confites. Doña Teresa desparrama la semilla de culantro sobre el líquido espeso colmatado de azúcar. En seguida, con un movimiento ágil de brazos y mucha fuerza, mueve la sartén hacia arriba y hacia abajo para que el dulce se prenda a la semilla y no en el recipiente.
“Parece fácil el movimiento, pero no lo es. A medida que va creciendo el preparado, es más pesado. El regado del azúcar líquido también es importante porque sino, se vuelve masa”, advierte la artesana. Añade que los confites de coco rallado son los más “complicado de hacer” por el tamaño pequeño.
En la parte del centro, los confites tienen diferentes frutos: coco rallado, arveja, culantro, almendras, nuez, durazno y maní. Según doña Teresa, los cuatros últimos son los confites especiales que la gente se lleva para comer a gusto en casa.
Después de una hora de trabajo arduo y un movimiento constante de la sartén intercalando con el echado de la sustancia espesa, los confites van tomando su forma redonda.
Una vez que llegan a ocupar más de la mitad de la sartén, se echa el colorante vegetal rosado, chocolate o no. El preparado pesa arroba y media y, en el trabajo de todo el día, puede obtenerse hasta siete quintales.
Precios
Los precios del confite varían según la cantidad. Lo mínimo es de 1 boliviano; la libra oscila entre 10 y 14 bolivianos, y la arroba está entre 120 y 190.
“En el caso del durazno, hacemos remojar el fruto seco, lo partimos y nuevamente hacemos secar hasta que esté como las pasas para que no se destroce al poner a la sartén”, explica la anfitriona. En la parte final, el contenido es vaciado en un plástico y éste puesto a una canasta para dejar que enfríe después de estar expuesto al calor. En este momento, se le echa un preparado especial de limón para darle un sabor diferente.
Doña Teresa recuerda que hace varios años el preparado se realizaba en leña, un trabajo de más tiempo y esfuerzo.
Cada año, a mediados de enero, se inicia la elaboración de confites hasta febrero, por la demanda en las fiestas del Carnaval, como un elemento imprescindible para la ch’alla o el consumo. Sin embargo, en el martes de ch’alla aparece el confite denominado la “mixturilla”, de 10 colores.
Los confites frescos de doña Teresa están en el pasaje Demetrio Osorio, más conocido como el pasaje de las “Misk’i Bolas”.
No comments:
Post a Comment