La celebración del día de difuntos trae consigo una serie de interrogantes, bastante complejos para el actor social crítico de las realidades andinas. ¿Por qué en este día la gente no escatima esfuerzos para elaborar t´anta wawas (wawas de pan)? Esta duda surgió y retumbo en mi cabeza una y mil veces, durante varios años ¿Por qué en una fiesta de muertos se hace wawas de pan?
Bajo estas premisas comencé a realizar una revisión etnográfica en espacios urbanos y rurales, acompañada de una búsqueda de documentos de la época colonial y contemporánea.
Desde la visión occidental, el día de los muertos es importante porque las almas llegan, permanecen dos medias jornadas y retornan “al más allá”. Pero en la filosofía andina los muertos, recibidos con “alma pinquillos” y mesas rituales, se quedan con nosotros a lo largo de tres o cuatro meses para ayudar a germinar las semillas... es decir las almas vienen a trabajar y traen consigo las aguas.
Este periodo es el tiempo de lluvias, llamado en varias regiones como el jallu pacha, tiempo húmedo y femenino que comienza en noviembre y termina en carnaval (febrero o marzo). En este contexto el lunes de carnaval, primer día de celebración en los espacios rurales, es el día de los muertos, cuando los seres vivos les agradecen por los servicios y favores recibidos y posteriormente acontece el anata (juego), que es la abundancia de productos en la cosecha, pero simultáneamente se despacha a las almas interpretando por última vez el anata pinquillo y trastocando los instrumentos musicales con tarkas, tokoros y mohoseños.
Vale la pena retomar el concepto del jallu pacha. El ejercicio simple de eliminar la primera letra de la palabra jallu nos confronta con un término soez, advertido por Ludovico Bertonio, sacerdote italiano, posiblemente uno de los mejores estudiosos del aymara de todos los tiempos, que en el año 1612, en su diccionario, decía que si ocurría esto nos quedábamos con el término “pudenda viborum”, traducido en algunas lenguas latinas como el falo masculino; pero en otras se transcribiría como miembro masculino y/o femenino, aspecto que nos obliga actualmente a reformular nuestra percepción y que este periodo ya no es simplemente femenino, y sería el tiempo de fertilidad, como tradujo Miguelina Mamani, lingüista aymara, donde ambos sexos intervienen en la regeneración de la vida, cuyo concepto incrementa las dinámicas de fertilidad también en animales, plantas y minerales. Por eso al final de este compartimos con el Tío de las minas, se coloca tikas y se marca los animales, se challa los sembradíos, entre otras actividades festivas.
No es accidental, pues, que en este tiempo de fertilidad las mujeres jóvenes solteras, tawaqo, realicen la teatralización del bautizo de la t´anta wawa, consiguiendo durante unos minutos un sacerdote, un esposo y padrinos postizos. Tampoco es ocasional que en Cochabamba las jóvenes solteras suban a las wallunqas, altos columpios, para alcanzar con los pies envases de chicha, mientras los varones solteros celebran estas acciones. Es el tiempo de los rasgueadores, hábiles intérpretes de charango y concota en el Norte Potosí y copleras, mujeres jóvenes lúcidas para el canto, haciendo todos ellos alusión a esta etapa del tiempo, importantísima en la reproducción de la vida.
Este periodo también es de la irpasta, “robo” de las muchachas; el tiempo de las cachuas, cuando tawaqos y waynas se juntaban alrededor de fogatas por las noches hasta que los alcanzaba el amanecer, para gestionar futuras alianzas matrimoniales que podrían consolidarse hasta el carnaval. Por esta razón, una vez asegurada la relación, se daba la herencia a las jóvenes parejas en tierras y hatos ganaderos.
Entonces queda pendiente el tema ¿cómo engranar estos antecedentes con los muertos? En el pasado a las chullpas (restos óseos de los antepasados) se les llamaba también mallqui, término utilizado en quechua para hacer referencia a las pequeñas plantas, a los retoños que estaban en proceso de formación. Un mismo término evocaba al cuerpo seco de los cadáveres prehispánicos y al cuerpo frágil de una planta en crecimiento, porque estaban inmersos dentro de una misma filosofía… la muerte regenera la vida.
Este trabajo también me permitió entender que los muertos eran llamados como supay en el periodo prehispánico, a quienes les challaban para recibir sus favores y que la tradición occidental obligó a transformar su significado por ineptitud y desconocimiento al término de diablo o demonio; porque debajo de nosotros estaba el infierno, desplazando todas las connotaciones del manqha pacha o uku pacha andino, cuyas lógicas son diferentes.
Rastreando a Bartolomé Álvarez (1588), deduje que las personas teníamos más de un alma y que una de ellas se dominaba “supan”, pero también asimilé que los supaya, además de los muertos eran aquellos ancianos a punto de morir. Confrontando esta realidad con el dato etnográfico de varias regiones, me permitió entender que los niños menores también son llamados supay (supay llokallas o supay imillas), porque a su corta edad recién se desprende del manqha pacha, con mucho poder de contactarse con los muertos, las deidades andinas, los sullka dioses, labor similar de los ancianos, quienes al morir pronto volverían al calor de los ancestros, a la tierra, a los cerros, a los apus (señores).
Este documento es una síntesis de varios capítulos de la tesis de maestría denominada “Los Rostros Andinos de la Muerte. Las Ñatitas de mi Vida”, que invito a leer como fuente de filosofía de la muerte.
MSc. Milton Eyzaguirre Morales
Milton Eyzaguirre Morales es Jefe de la Unidad de Extensión del Museo Nacional de Etnografía y Folclore.
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