Eduardo sostiene una vitrina de cristal con una calavera de un bebé de menos de dos años mientras lo presenta: "se llama Toñito y es muy juguetón, le quita los juguetes a mis niños"; es una de las cientas de "ñatitas" que ayer han acudido al Cementerio General de La Paz.
Como todos los 8 de noviembre, familias enteras se congregan en el camposanto para honrar a sus "ñatitas", calaveras humanas que reciben ese nombre porque les falta la nariz, a las que se les atribuyen capacidades protectoras y se cree que dan buena suerte.
Toñito lleva 14 años en la familia de Eduardo y, aunque se supone que no es más que un niño, el universitario asegura, en declaraciones a Efe, que la calavera le guarda en salud y le ayuda en sus estudios. Esta "ñatita" viste un pequeño sombrero de lana que, asegura su dueño, ayer se le ladeó y "él solito se lo colocó recto".
Toñito acaba de ser bendecido en la salida del templo del cementerio donde el párroco ha pronunciado misa, pidiendo una celebración en el respeto.
La fe católica no está de acuerdo con que sus fieles profanen restos mortales, pero la tradición es seguida por tanta gente que no puede hacer más que quedarse en simples advertencias, como expresa el religioso: "No es cuestión de manejar las cabecitas, es cuestión de que estén en la gloria".
Y aunque no está de acuerdo, los encargados del templo dejan cubos de agua sagrada en las puertas de ingreso para que cada uno bendiga a sus muertos.
COCHABAMBA Cada cual lleva a sus "ñatitas" en altares distintos: madera, cajas de zapatos, vitrinas de cristal o incluso en aguayos, las tradicionales telas tejidas que usan las cholitas, las mujeres aimaras bolivianas, para cargar cosas a la espalda.
Pascualita y Víctor van en dos cubículos sobrios negros. Son marido y mujer y llevan cinco años trayéndole a Leonor salud y cuidando su casa.
"Yo viajo y solitos les dejo", dice esta mujer, quien relata que fue una comadre quien se los trajo desde Cochabamba.
Después de la misa, Ninfa Gutiérrez comparte un refresco de naranja con Zacarías Alberto, quien fuma sin parar un cigarro después de otro. Esta calavera con gorro negro de cuero "ha sacado del apuro" más de una vez a Ninfa, quien confiesa que es "muy querendín con las mujeres" y le encanta que le hagan fotos.
Javier Espinoza y su mujer miran fijamente a Carlos y Ricardo que descansan en un nicho vacío del cementerio. Son las "ñatitas" de sus hijos que murieron hace 15 años con tan solo 25, y después de su fallecimiento Javier los recogió del cementerio. "No han hecho milagros, pero nos han protegido", cuenta esta pareja.
Pero no todas las "ñatitas" son buenas. Por eso muchas acaban en una zanja, donde otras personas las desentierran y vuelven a honrar. Es lo que hace Ricarda, una aimara anciana, "rezar por las almitas abandonadas", y ya que ella no tiene ninguna calavera les pone unas velas.
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