Eduardo sostiene una vitrina de cristal con una calavera de un bebé de menos de dos años mientras lo presenta: “se llama Toñito y es muy juguetón, le quita los juguetes a mis niños”; es una de los cientos de “ñatitas” que hoy han acudido al Cementerio General de La Paz.
Como todos los 8 de noviembre, familias enteras se congregan en el camposanto para honrar a sus “ñatitas”, calaveras humanas que reciben ese nombre porque les falta la nariz, a las que se les atribuyen capacidades protectoras y se cree que dan buena suerte.
Toñito lleva 14 años en la familia de Eduardo y, aunque se supone que no es más que un niño, el universitario asegura, en declaraciones a Efe, que la calavera le guarda en salud y le ayuda en sus estudios. Esta “ñatita” viste un pequeño sombrero de lana que, asegura su dueño, ayer se le ladeó y “él solito se lo colocó recto”.
Toñito acaba de ser bendecido en la salida del templo del cementerio donde el párroco ha pronunciado misa, pidiendo una celebración en respeto. La fe católica no está de acuerdo con que sus fieles profanen restos mortales, pero la tradición es seguida por tanta gente que no puede hacer más que quedarse en simples advertencias, como expresa el religioso: “No es cuestión de manejar las cabecitas, es cuestión de que estén en la gloria”.
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