Decenas de personas y "resiris" llenaron los cementerios públicos de La Paz y El Alto.
Con música, llanto y flores despidieron ayer, centenas de dolientes, a sus difuntos en los cementerios públicos de la Paz y El Alto en el despacho de Todos Santos.
En un día nublado y con moderados vientos, ciento de resiris, veneradores de difuntos, se dieron cita en los distintos campo santos de La Paz para desearle un feliz retorno al más allá, al Alaxpacha, afirmó Graciela Fernández, quien junto a su hijos recordaba el segundo año de la muerte de su madre Teresa Aruni viuda de Fernández.
EL RECOJO. Después de 24 horas de visita, las familias paceñas y alteñas, que engalanaron sus mesas con ramos de flores de color blanco y decenas de masitas elaboradas durante la semana anterior, dieron al ritual del recojo colocando uno a uno las t’antawawas, dulces, bizcochuelos y diversas frutas que al difunto le gustaba en vida.
En algunos domicilios se celebraron misas de cuerpo presente donde el párroco del barrio bendijo las ofrendas colocadas en las mesas en honor a su seres queridos, que cada 1 y 2 de noviembre son recordados y, según las tradiciones, comparten estos ritos con ellos por 24 horas.
Graciela Fernández, quien preparó bolsas de color morado para introducir las ofrendas para los resiris, explicó que puso una botella de cerveza, refresco y un plato de ají de arvejas, además de otras ofrendas, que gustaban a su mamá.
“En la mesa ponemos todo lo que le gustaba la difunta, es una tradición que pasa de generación en generación. Mi madre antes de su muerte recordaba de la misma forma a su esposo, ahora nos toca a nosotros”, dijo la mujer de 55 años, mientras secaba las lágrimas de su rostro.
LLANTO Y DOLOR. En algunos parajes del campo santo paceño, se escuchaban lamentos, lamentos que recordaban el vacío que dejaron los difuntos. Silvia Flores, una mujer de pollera de 45 años, no dejaba de secarse el rostro mientras escuchaba la música de un trío de guitarristas y ponía ramos de flores en la tumba de su madre, quien la dejó —según contó— sola hace cuatro años.
En tanto, Eusebio Huasco, de profesión policía, limpiaba la lápida de su hijo, también policía, quien murió de forma trágica en Oruro.
Luis Sánchez, sentado en una de las jardineras del cementerio y cuidando la tumba que preparó para su esposa, decía “este día es especial porque baja del cielo para reunirse con nosotros, pero no sólo la recuerdo el 1 de noviembre, sino todos los días de mi vida, desde que me dejó junto a mis tres hijos”.
En tanto, la primera voz del trío de guitarristas canta el tema “oh señor…, donde esta mi mamá…, donde está la que siempre nos ayudado. Solo y triste llorando estoy, no puedo vivir sin su amor…”, desgarraba los corazones de los visitantes.
MÚSICA. La música, un aditamento infaltable de esta época, al igual que los resiris, estuvo presente en cada rincón. Tríos de guitarristas competían con k’antus y bandas de música, que recordaban a los familiares de los difuntos el dolor de las partidas. Carlos Tintaya, guitarrista, afirmó que “los dolientes piden dos a tres temas que los recuerde a su padre o madre, esposa o hijo. Son temas que tienen mucho sentimiento”.
Empero, no faltaron la bandas que alegraron la nublada tarde con ritmos de morenada, caporales que al alma, al ajayu, le gustaba, según dicen.
Al final de la tarde, decenas de ramos de flores, entre rosas, gladiolos e ilusiones daban vida a cada una de la tumbas, algunas olvidas, mientras cada ajayu continuaba con su periplo hacía el más allá, apoyado en las cañas como bastón, y cargado de su cantimplora, tokoro (cebolla en flor), además de sus alimentos.
100 mil personas aproximadamente llegaron hasta el Cementerio General. Otro número similar estuvo en El Alto.
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