Tuesday, November 3, 2015
Tradiciones y anécdotas bolivianas El collar de la Virgen
Por Ley de 11 de agosto de 1825, el primer Congreso Constituyente que dio nombre a la República Bolívar, había decretado entre otras cosas, que se gratificase a las tropas colombianas que dieron triunfo a la causa de la independencia en los campos de Junín y Ayacucho. Destinando para ello un millón de pesos, y autorizando al gobierno para que contratase un empréstito al efecto. Pero Magdalena no estaba para tafetanes.
Como nueva República era difícil que gozase de crédito, apenas declarada como estado independiente, parece que no hubo forma de conseguir el mencionado empréstito, y como por otra parte, urgía hacer la gratificación decretada, para que las tropas colombianas se restituye-sen a su país, por las rivalidades que se suscitaron; en tal apuro se decidió echar mano de los valores que se sabía existían en la iglesia de Copacabana, cuya riqueza era proverbial.
Se constituyó una comisión militar en dicho pueblo, requirió la entrega y se vi-no a La Paz, custodiando su preciosa carga. A falta de dinero, se resolvió que dichas joyas se vendieran en remate, adjudicándolas al mejor postor.
Entre los varios postores, el general Braun había obtenido la adjudicación de un precioso collar de oro, enjaezado con perlas y piedras preciosas para que las luciese su esposa, bella mujer a quien hizo el presente.
Se cuenta que hubo en esos días una representación teatral, a la que fueron in-vitados el general y su señora; ésta apro-vechó la ocasión para estrenar su precioso collar y exhibirlo con orgullo en ese acto público.
Así fue que llamó la atención de la con-currencia, tanto la belleza natural de la mujer y la reluciente joya que ostentaba; pero he aquí que antes de terminar la función, se sintió indispuesta la señora con agudísimos dolores en la garganta, se alarmó su esposo, abandonaron el lo-cal del teatro, para ir a dar el último sus-piro en su casa, sin dar tiempo a prodi-garle algún auxilio médico.
Esta relación se repetía siempre que se iniciaba en la prensa o en las cáma-ras, algún proyecto de expoliación de bienes eclesiásticos, recordando el su-ceso de la muerte de la señora que usó el collar de la Virgen, aludiendo aquello de que, si la limosna dada de buena vo-luntad tiene ciento por uno de recompen-sas, la usurpación de los bienes de la iglesia, tendrán en cambio otro ciento por uno de desdichas por castigo anexo a la excomunión.
Sea cual fuere la importancia que se dé a la moraleja, el hecho es que en esa época se dio el primer zarpazo a las alhajas de la Virgen de Copa-cabana; y, según se asegura, se repitió estas apropiaciones en posteriores gobiernos, como lo atestiguaba un grueso cable que pendía del techo en la iglesia, el que había sostenido una enorme araña de plata hasta el gobierno de Santa Cruz, que dispuso de ella en sus apuros económicos, para sostener a su ejército en las campañas militares. Para desdi-cha del pueblo de Copacabana, desde esa época hasta el pre-sente, la Virgen ha sufrido cons-tantes robos y ultrajes, de los cua-les la mayoría no resueltos por las instancias que corresponden.
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