Monday, November 4, 2013
Cochabamba Muertes trágicas convierten en santas a diez personas
“Para mí, él es un ángel, un santo que me acompaña y me concede todo lo que le pido”, afirma María Barrientos. Cada semana lleva flores al nicho de Nelson Jiménez, el niño asesinado por su padre por haber robado una manzana, hace más de 20 años.
En Cochabamba existen cerca de diez enterratorios, de hombres, mujeres y niños que sufrieron una muerte violenta. Estos lugares se constituyen hoy en espacios de culto y oración, debido a que los difuntos son considerados ángeles o santos.
“Noqayqu niyqu chay wawita mana wañunanpi wañun” (“Nosotros decimos que ese bebé murió cuando aún no era su hora”), explica el ejecutivo provincial de Punata, Cirilo Espinoza, refiriéndose al sentimiento que los pobladores guardan por estas almas.
Según la cosmovisión andina, los niños son almas puras, sin pecado. Su muerte, y más aún si fue trágica, los convierte en ángeles mártires.
El vicario parroquial de Tarata, Christian Rojas, señala que la calificación de santos o ángeles tiene una larga historia y tradición en la religión católica.
“La mayoría de los santos murió como mártir, al igual que San Severino”, afirma Rojas, recordando la vida del patrono de la festividad mayor de Tarata. San Severino murió en manos de los romanos, cuestionado por la fe que profesaba. Su muerte, el año 482, está marcada por la última frase del Salmo 150 de la Biblia: “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.
Su acogida en el municipio del Valle Alto fue afianzada después de la primera procesión con el santo, que coincidió con una época de sequía. Los testimonios dicen que la fe de los devotos en este santo hizo que lloviera. Lo curioso es que este fenómeno natural se repite con cierta frecuencia en su celebración el último fin de semana de noviembre.
Hoy en día, las víctimas de muertes trágicas no están necesariamente relacionadas a causas religiosas, pero sí identifican el sentimiento y experiencia de los vivos.
El ejecutivo provincial de Punata, Cirilo Espinoza, asegura que cuando una persona muere, sin ser su hora, su alma sigue penando en la tierra. “No quiere irse, por eso hay que rezarle y atenderle”.
El administrador del cementerio de Punata, Felipe Arnez, explica que estos difuntos se constituyen para la comunidad en intercesores ante Dios. “Son almas puras que pueden interceder por nosotros ante Dios, nos ayudan en nuestros pedidos”, añade.
Tal es el caso de Shirley, la estudiante embarazada que fue asesinada por su novio y éste, además, le arrebató a su bebé cortándole el vientre para luego quemarla en una quebrada en Sipe Sipe. Desde entonces, este lugar es visitado por madres afligidas que buscan a sus hijos, jóvenes que quieren ser excelentes estudiantes como ella o familiares que piden justicia por la muerte de sus seres queridos.
Otro caso similar es el del “Minerito”, un migrante que llegó a Cochabamba en busca de una oportunidad, pero que no pudo cumplir su objetivo porque fue asesinado por delincuentes que le robaron todo lo que llevaba consigo. Ahora, el lugar -el cerro San Pedro- recibe la visita de migrantes y viajeros que le piden protección para sus viajes y emprendimientos.
Asimismo, están el motociclista que murió en una competencia al pasar de largo una curva en el camino hacia el Chapare, los mellizos recién nacidos que fueron abandonados en una bolsa y murieron asfixiados en Viloma, dos hermanos cuyo padre les habría quitado la vida golpeándoles la cabeza contra un bloque de cemento y la “Cholita sin nombre” cuyo cadáver fue hallado con el rostro y el brazo devorados por los perros en San Benito.
El antropólogo y decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Mayor de San Simón, José Antonio Rocha, explica que en todos los casos existe una simpatía con la víctima, que identifica la historia del difunto con la experiencia personal de cada uno.
Esta identificación hace que las personas, e incluso comunidades, se conviertan en seguidores de estas almas.
“¿Quién alguna vez no ha ido a q’ukear manzanas?, ¿Cuánta gente no viaja en busca de mejores días?, ¿Quién alguna vez no ha amado y ha sido traicionado?”, son las preguntas que Rocha lanza para reforzar la tesis de esta simpatía con los difuntos. La consulta al antropólogo fue ¿Por qué sólo estas almas se convierten en una especie de santos y no todas las que murieron trágicamente? Ejemplos: el hermanito y la madre de las denominadas “niñas milagro” a quienes su padre mató con un combo, o la hija del funcionario municipal que fue violada y asesinada por su padre en predios de la Alcaldía.
Al respecto, Rocha afirma que a diferencia de las almas que tienen sus seguidores, de estas últimas no se conocen las historias. “No se conoce quiénes eran, qué sentimientos guardaban... Sólo es referente aquel ser con el que todos se identifican o conmueven”, dijo Rocha al explicar que en este tema los medios de comunicación influyen para escudriñar y difundir las historias.
En el otro extremo están las denominadas “Almas Olvidadas”, enterradas en el extremo noreste del Cementerio General. Son indigentes, inhaladores de clefa o personas que fallecieron en algún accidente y ningún familiar fue a reclamar sus cuerpos.
Aún sin conocerse nada de estas almas, a este sector acuden cientos de personas en Todos Santos, pero también todos los primeros lunes de cada mes, que fue instituido popularmente como el día de las almas.
El elemento que provoca “simpatía” con estas almas es probablemente el olvido de sus seres queridos y de la sociedad. Un sentimiento que atemoriza a muchos vivos que temen terminar sus días de esa forma.
Según Rocha, la razón que explica todo este fenómeno de ritualidad, e incluso festividad entre vivos y muertos, es que en “nuestro contexto no existe una disociación entre las comunidades de vivos y muertos”.
Y esta comunidad de vivos y muertos se expresa en que los segundos son permanentemente recordados en conversaciones familiares, de amigos, en discursos políticos, en grandes concentraciones de movimientos sociales y otros que permiten referirse al difunto como un referente en determinados grupos y estratos sociales.
Llevar flores, otorgarles sitios de honor en los cementerios o acudir a los lugares de su deceso son también algunas muestras de esta convivencia.
“Son una unidad indisoluble entre los vivos y los muertos, ambos somos interdependientes”, acotó Rocha.
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