Una estremecedora noticia alborotó la tranquilidad de vecinos de la localidad de Viloma, Sipe Sipe. Dos bebés recién nacidos habían sido abandonados en bolsas de basura en medio de unas cañahuecas. A partir de ese momento, personas de todos los confines llegan a visitar su nicho, desde donde “los angelitos” vigilan y guardan a la comunidad.
El 29 de septiembre de 2007 varios niños llegaron asustados a su escuela. “Dijeron que habían encontrado una bolsa con cuerpos”, relató Arminda Orozco (42), vecina de Viloma.
La alerta movilizó a toda la comunidad que rápidamente se trasladó hacia el sector. "Estaban bien aplastados en medio de las cañas", contó don Valerio Rodríguez (51). Al desatar las bolsas encontraron a dos bebés sin vida -un varón y una mujer- que aún conservaban las manillas de recién nacidos que les colocan en el hospital.
Los llevaron al templo de San Isidro -en Viloma- y allí fueron velados. Todos los vecinos y estudiantes hicieron sus aportes voluntarios para los gastos del sepelio. Don Joaquín Aguilar, un vecino de la zona, se ofreció a ser padrino de los pequeños para darles un nombre y una cristiana sepultura.
"Shirley y Marcelito" son los nombres inscritos en dos cruces de metal clavadas en los nichos de los mellizos. En la inscripción se lee el 29 de septiembre de 2007 como la fecha de su deceso.
"A la semana que los enterramos encontramos dos velas rojas. Tal vez era su mamá que vino", cuenta Estrella Ricaldez (22).
El cementerio se encuentra en las faldas de la cordillera, al noroeste del municipio de Sipe Sipe, a 5 kilómetros de la carretera interdepartamental "Albina Patiño" siguiendo el camino de Viloma Cala Cala.
Existen contradicciones sobre las investigaciones policiales, pero ninguna revela que los autores de este crimen hayan sido identificados, tampoco ninguna madre reportó la pérdida de sus bebés en los días posteriores.
“Los policías los llevaron al hospital y dijeron que las wawitas (bebés) fueron botadas con vida y murieron por falta de aire en las bolsas”, relató Felipe Guzmán, refiriéndose probablemente al informe médico forense.
“Alguien dijo que noche antes, al pasar por ahí, escuchó el llanto de un bebé, pero como aquí se cree que en los lugares alejados hay duendes, se había escapado de susto", relató Ricaldez.
Quienes vieron a los bebés dicen que tenían los rostros parecidos y que en su cuerpo no encontraron signos de violencia o deformidad. “Eran bien bonitos, estaban con su ropita nueva y envueltos en una mantilla”, describió Ricarda Miranda.
Una comisión de vecinos se movilizó para buscar a la madre o familiares de los bebés. “En vano caminaron tanto, dijeron que su madre era una mañaza (carnicera) de Quillacollo, pero no encontraron a nadie”, expresó Miranda.
Hoy, no más de cincuenta nichos acompañan a estos dos pequeños ataúdes que se encuentran enterrados al extremo sur del cementerio, casi al filo del precipicio, alejados del resto. Desde allí se puede ver la explanada de toda la comunidad, con sus casas, sus ríos, acequias y cultivos.
Pese a la distancia, en sus nichos nunca faltan flores. Shirley y Marcelito se han convertido en sus “ángeles guardianes” que desde lo alto vigilan a todo el pueblo.
Consultados sobre la razón del denominativo de “Ángeles” los vecinos coinciden en decir que fueron “almas puras” que no tenían ninguna maldad ni pecado que les haya hecho merecer tan trágico destino.
Cada vecino guarda el secreto del milagro concedido por los angelitos, pero las bendiciones que recibieron sus padrinos son, para ellos, la prueba clara de su poder.
Los vecinos cuentan que poco tiempo después del bautizo y posterior entierro de los cuerpos, su padrino, Joaquín Aguilar, fue elegido candidato y posteriormente posesionado como concejal. Asimismo, su madrina quien padecía de una enfermedad muy grave se recuperó y hoy goza de perfecta salud. “Para nosotros es un milagro porque nunca íbamos a pensar que alguien de este pueblo tan pobre algún día podría ser autoridad municipal”, dijo Estrella Ricaldez.
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